El motivo de este post es la abundancia de declaraciones que una vez salidas de las bocas de individuos más o menos notorios, y no alcanzando tal vez la aquiescencia del auditorio al que se suponía iban dirigidas o levantando reacciones no deseadas, mueven al emisor al yonodijeeso o al semehamalinterpretado; incluso, en el caso de algunos políticos al nonoshanentendido o, en otros más humildes, al “no nos hemos sabido explicar”.
Haciendo un poco de historia, recuerdo a aquel iluminado “consejero delegado” de IU, el parabolista Anguita, que, tras una campaña de acoso y derribo al PSOE, azuzado por Aznar, sólo consiguió añadir un escaño a su ya escuálida formación, bien que a costa de sacar del poder a la izquierda. ¡El electorado no nos entendido!, decía más o menos este comunista. El doctor Llamazares, algo más realista, echa la culpa de su tsunami a la Ley Electoral, que prima a los poderosos, sin reparar, quizá, en que es la misma ley que les permitió otrora una representación más adecuada.
Tras esas elecciones del 11-M, tampoco parecieron muy satisfechos PP ni PSOE con la recepción de su mensaje: Rajoy, porque no dudaba de su victoria, tras su alianza con el Cielo, con el lunático de la AVT, y tras arrebañar votos en colectivos agraviados, como el de los cazadores, que seguían queriendo extender el saturnismo con sus perdigones, o el de los afectados por el timo de los sellos, que pretendían que el Estado sufragase sus pérdidas como podrían pretenderlo los que dilapidan su patrimonio en la ruleta del casino.
El PSOE tampoco entendía muy cómo no había conseguido la mayoría absoluta tras el desaforado y desternillante cuatrieño del PP en la oposición.
Quizá sea el señor Rajoy el político que más declaraciones ha tenido que matizar a posteriori. Criticar que un número de trabajadores extranjeros legalizados cobran el seguro de desempleo, mientras que muchos andaluces van a vendimiar a Francia, no sólo significa una muestra racista de desprecio hacia los trabajadores extranjeros, sino un desconocimiento de la relación de seguro que mantienen esos y todos los trabajadores con la Administración.
Uno de los casos más recientes de expresiones desafortunadas ha sido el del presunto delincuente y presidente de la Diputación de Castellón Carlos Fabra, que cuando el portavoz de la oposición le estaba cantando las verdades del barquero, no sólo le retiró la palabra sino que lo llamó hijo de puta. Este prócer, que hace poco nombró a su hija senadora, como Calígula nombrara a su caballo, explicó que ese insulto en su tierra es algo normal.
Algo parecido sucedió cuando el más alto ejecutivo de la Selección española de fútbol, llamó a un jugador inglés “negro de mierda”. Incluso mi admirado escritor Javier Marías trató de quitar hierro al ex abrupto racista del señor Aragonés; hecho que mereció un duro comentario en el Süddeutsche Zeitung de Munich, bajo el título de “Los tres idiotas” que no eran sino el Presidente de la Federación, el Seleccionador y el propio Marías.
El caso más actual es el oscarizado Javier Bardem.
Entre los muchos problemas del PP, destaca su imposibilidad para conseguir una cierta hegemonía cultural entre actores, directores de cine o teatro, músicos o escritores “serios”del ámbito español; algún tipo de identidad cultural.
No recuerdo ningún caso en el que de este colectivo artístico surgiera un manifiesto apoyando a la derecha española. Sí, lo contrario.
Esta imposibilidad de identidad cultural con los famosos de estas artes hace que cualquier desliz de uno de ellos salte amplificado a los medios controlados por esa derecha. Primero fue Banderas, a quien el diario ABC acusó, no ya de huir de España sino de haber conseguido favores de la Junta Andaluza para vender jamones en EE.UU.
Ahora le ha tocado a Bardem. Javier Bardem, hijo de comunistas, suele aparecer como cabecilla de cualquier protesta contra los desmanes de la derecha: Irak, Prestige, sedaciones de Leganés,...Ahora ha sido este actor quien, quizá pensando que seis mil kilómetros son suficientes para que el viento borre las palabras, ha dicho que: “Los españoles son duros” y que “le dan ganas de decir ¡basta! Sois un puñado de estúpidos”. Desconozco lo que dijo en español delante de la traductora, pero en cualquier caso se trata de una oración condicional.
Creo que Bardem ni sabe ni le importa lo que diga de él el camarero del bar o el tendero de la esquina; es decir, que se está refiriendo, probablemente, a los componentes de los medios que no soportan ver a un “rojo” pasear por la “alfombra roja”con un óscar en la mano.
Hace ya bastantes años que Ludolfo Paramio, a la sazón miembro de la Ejecutiva del PSOE, dijera que “los periodistas son unos hijos de puta”, declaración que a mi me consta que no rectificó.
Fue, sin duda, una generalización exagerada. Personalmente, no creo que abunden más las malas personas entre los periodistas que entre los peritos agrícolas o cualquier otro colectivo. Lo que ocurre es que la función principal del periodista es largar, para bien o para mal de algunos.
Asi, en los medios hay individuos geniales que hubieran triunfado en cualquier otra actividad, ya fuera construyendo puentes o investigando en física cuántica. Hay otros, la mayoría, que llenan las páginas de los diarios con sus redacciones; y entre estos, los hay que se inventan conjuras de ácido bórico y matarratas, y otros que defienden el aborto a plazos. Para mí, uno de los problemas es que los periodistas tengan las columnas en propiedad, como los funcionarios sus plazas; lo que me hace pasar de largo por las páginas o soportar el mismo tostón cada día.
Y para acabar con lo de las maliinterpretaciones, trataré algo que, aunque surgido hace algunos meses, todavía sigue en el candelero. Y es que Savater, el autor del conocido “Manifiesto”, parece seguir insatisfecho con el eco de su escrito. En la cabecera de su primer intento de explicación en El País parecía indicar que no haría más apologías de su j’accuse, pero en la primera semana de septiembre insistía en otro artículo, diciendo que “un texto tan sencillo como el Manifiesto es patentemente malinterpretado”
Arranca éste último artículo con una parábola desafortunada sobre los que prefieren no oír. Todo el mundo lo ha oído (leído) y práen que entre los que lo han comprendido y jaleado no figuran quienes Savater esperaba; sí, por el contrario, los Dragó, F J Losantos o los Pedro Jotas y, naturalmente, el señor Rajoy, que se apunta a un bombardeo.
Los anhelados, o han hecho comentarios tibios o han guardado un prudente silencio.
Aparte de seguir intentando explicárnolo, qué otra cosa podría haber hecho el autor, además de de dejar de insultar a los que lo “malinterpretan”, de los que dice cosas como que él no se pone a cuatro patas como ellos, o que para esos no puede ser un insulto a la inteligencia; argumentos, creemos, poco apropiados para que un catedrático de ética defienda su postura.
Podría, Savater, haber hecho como Steiner, que tras el agravio comparativo que supuso una frase suya para el gallego frente al catalán: rectificó rápida y rotundamente.
O, quizá, a la vista de los palmeros que le han salido, podía también haber hecho como August Bebel, el poítico alemán de principios del siglo pasado que al ver, tras un discurso, como le aplaudía la derecha, se dijo algo así como “Qué tontería habrás dicho, viejo Bebel, que te aplaude la derecha”.
Otra posibilidad fuera la de seguir el sabio consejo de Sancho y decir que “cuánto mejor será no menear el arroz, aunque se pegue”
JGM
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