Mediado el siglo XVIII, el publicista italiano Nicolás Donato proponía en su obra “L’uomo di Goberno” las Maximas de Estado para el buen gobernante, y sostenía que estas maximas:
“Entrañan la aptitud del estadista para descubrir lo que es útil para su objeto principal: el bien del Estado, y hacer un uso adecuado de sus medios para alcanzar el fin que se propone...” y proseguía con que
“ Gracias a las Maximas de Estado tiene lugar la prontitud y precisión con que se concibe el fin, así como la vivacidad en la comprensión de los problemas políticos. Ellas facilitan el disfrute del bien público, ofreciéndole la ejecución más fácil y el método menos complicado.”
Puede que el presidente del PP sea un buen registrador de la propiedad, un buen degustador de habanos o cualquier cosa; todo menos un hombre de Estado.
Sabido es cómo este señor, al preguntársele qué haría si llegara a gobernar, contesto rotundo: "¡Lo contrario que el PSOE!". También son notorias sus actuaciones en las campañas electorales en las que con tal de arañar unos pocos votos para su partido, o sea, pare él, es capaz de mostrar su apoyo inquebrantable a cualquier colectivo que sienta lesionados sus intereses, sin pararse a pensar si no se trata de intereses espurios que afectarían negativamente al resto de los ciudadanos. Ante cualquier grupo de ciudadanos golpeados por el destino o por sus propios errores, allá se planta el buen Rajoy repartiendo abrazos entre los agraviados.
Gavillando lo que ha aparecido ya en este blog recordamos las promesas que hizo a los afectados por las pirámides filatélicas, como si el resto de ciudadanos tuviera que sufragar las pérdidas que sufrieron quienes buscando un mayor rendimiento para sus ahorros se alejaron del sistema financiero garantizado. O aquella historia de los cazadores que se negaban a sustituir el plomo de sus cartuchos por un metal que no resultara tóxico para los humanos. Pero hay ejemplos mucho más notorios, fijémonos en el asunto del aborto, un derecho de las mujeres reconocido en prácticamente todo el mundo desarrollado, que hasta los catolikarras del PNV respetan. Presumimos que a Rajoy este tema le importa tanto como el Desfile de la Victoria, sin embargo jalea la manifestación económico-curil, pregonando –falsamente, como pudimos ver cuando gobernaron- que derogarán esa ley. Y nos preguntamos qué votos piensa sacar de ese colectivo pleistocénico que no tenga ya asegurados; por qué hace el caldo gordo a una jerarquía religiosa reaccionaria que cada vez pinta menos en una sociedad laica; por qué decide quedarse en casa y manda a la manifa a la secretaria de su partido, divorciada y madre soltera tras inseminación “in vitro”. También es cuestionable; por qué la señora De Cospedal no le dice que vaya él si quiere o que mande a Trillo. En fin, probablemente laordenó ir, como Aznar le mandó a él a Galicia a decir lo de los “hilillos de plastilina” sólo para que le allanase el camino y llegar él mismo, poco después, a cubrir a los gallegos de Costa da Morte con el dinero del Estado; lo que no sé es por qué no se puso a chapotear en el chapapote, como hiciera Fraga, en su día, en las aguas radioactivas de Palomeras.
Decíamos en una de las entradas anteriores que el problema era el Curita, bueno eso era en Valencia; en Madrid parece que el problema es la señora Aguirre, y en España lo sería el señor Rajoy. Los tres son un problema para el PP pero también los son para sus comunidades, los dos primeros, y Rajoy para el futuro de la nación si algún día llegara a presidente.
El pasado domingo comenté en una reunión familiar que la única propuesta significativa que pudiera hacer Rajoy en el martes post difuntos sería la de presentar su dimisión irrevocable. Alguien me contestó que en este país nadie renuncia al poder; mi réplica fue ¿qué poder? Y no fuimos capaces de encontrarle a Rajoy una parcelita en propiedad de esta pasión humana: El Curita le ningunea. En Madrid, lady Macbeth se pitorrea de él y lo reta; mientras, el Alcalde le acecha para sentarse en su silla en cuanto se aleje un poco. El presidente de la Junta castellano-leonesa le amenaza con dimitir. Los ex ministros de Aznar le improperan. Los otros presidentes de su partido, el fundador y el honorario, lo descalifican. Los curas le obligan a tomar baños de agua bendita. El zafio presidente de la Patronal –cuyas empresas, by the bye, están al borde de la quiebra- lo aprieta para que machaque a los trabajadores. Y, para colmo, ya no lo soportan ni las urnas.
En fin, poco parece haber leído nuestro hombre a los clásicos de la Ciencia política; ni siquiera al otro Nicolás, el florentino, que dos siglos antes que Donato aconsejaba al Príncipe sobre las acciones crueles, que deben
“realizarse con prontitud y celeridad, sin postergarlas pues de su eficacia dependerá de la rapidez para eliminar enemigos.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario