Restregaba las costillas contra las tablas del estrecho cajón durante un viaje que le resultó eterno. El mes anterior le habían dado pastillas que lo llevaron a engordar desmesuradamente, el fin era compensar el peso que perdería durante el viaje, un factor fundamental en esa plaza. La falta de comida y agua antes del viaje, el hostigamiento, el calor y el encajonamiento, amén de las últimas inyecciones, le hicieron llegar entumecido, dolorido y mareado.
Por fin pareció que le libraban del encierro y de los golpes; fuera del cajón, al fondo del estrecho pasillo, había claridad. Un agudo pinchazo detrás de la cerviz le impulsó hacia esa luz, salió dando un berrido terrible y el súbito resplandor del sol llegó a su cerebro como un golpe brutal. Corrió por la arena, moviendo la cabeza para aliviar el dolor del pinchazo, tratando de encontrar una salida, pero el hostigamiento de algunas siluetas lo condujo hasta la cerca de madera.
Vio cómo se acercaba el caballo, pero ni el animal ni su jinete eran como los que había conocido en la dehesa. Un capotazo le empujó hasta el viejo animal y sintió entonces un profundo pinchazo en la espalda, la sangre corría hasta sus patas mientras el dolor le hacía mugir desesperadamente. Su único pensamiento era la huida, pero ¿a dónde?; aún cegado por la luz repentina, su cabeza sólo seguía unas sombras confusas que le devolvieron irremediablemente hasta el caballo. La presión prolongada de la segunda lanzada sobre su espalda le obligó a doblar las rodillas haciendo que la sangre empezara a sumirse en la arena. El estruendo llegó hasta sus oídos y poco después sintió cómo unas flechas aceradas se incrustaban entre la carne y la piel.
Saltaba la sangre cuando sacudía el lomo y trataba de desprenderse de los garfios colgantes.
Vio acercarse una silueta que le incitó a inclinar la testuz y sintió, entonces, un profundo pinchazo que empezó a dificultar su respiración. Intentó alzarse buscando más aire. Al tercer pinchazo, la sangre salía a borbotones por su boca. La tráquea seccionada cortaba ya el prolongado berrido cuando, súbitamente, cayó fulminado con el corazón destrozado… Mientras, en la alta andanada, el francotirador, tras comprobar su acierto en el segundo blanco, comenzó a desmontar el arma silenciada.
JGM
2010-03-05
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