“Tous les drapeaux ont été tellement souillés de sang et de merde qu’il est temps de n’en plus avoir, du tout!”
"Todas las banderas están tan llenas de sangre y de mierda que ha llegado la hora de acabar con todas ellas." (Correspondencia de Gustave Flaubert a George Sand, julio de 1869)
El pasado julio, en un partido de fútbol frenético, la selección sub-21 le zurró al equipo checo. Al subir los jugadores a la tribuna a recibir su trofeo, el entrenador Ginés Meléndez, arrebató bruscamente al jugador Muñiz la bandera de la Comunidad de Asturias que llevaba sobre los hombros.
Uno se pregunta a que viene ese gesto agresivo. ¿Por qué no puede lucir el chico la bandera de su tierra?
Bien está que luzcan el mismo uniforme para no confundir al árbitro, pero acabado el partido, qué más da lo que lleven puesto los jugadores. ¡Mandar por mandar!
En España, la enseña nacional debe sobresalir sobre todas las que la acompañen, que no pueden lucir solas. Recuerdo aún una pugna que hubo hace algunos años en Euzkadi –“la guerra de las banderas”-, cuando un alcalde nacionalista se negó a cumplir esa norma, enfrentándose al Poder Central; resultado, el edil decidió que ese año no habría banderas, ¡Bien hecho! ¡vive dios!
En nuestro país, parece que ese culto a la tela rojigualda es uno más de los detritus del franquismo, de todo aquello: la jura de bandera, el saludo a la bandera –en los años de plomo, los ciudadanos que caminaban por las calles cerca de un cuartel estaban obligados a pararse en los toques de subir o bajar ese símbolo y saludarlo brazo en alto-. En fin, eran los tiempos de banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda.
En uno de sus frecuentes excesos, el expresidente Aznar junto con el melifluo alcalde Del Manzano decidió plantar una bandera desmesurada en la madrileña plaza de Colón (290 metros cuadros de superficie y 25 kilos de peso.
En España es un delito tipificado quemar la insignia patria (Artículo 543 del Código Penal). ¿Es acaso esta estandartelatría un síndrome generalizado? Pues mire, no. Quizá sean los Estados Unidos el país donde hay más banderas que hogares (puede que les gane Turquía, que tiene muchas carreteras jalonadas de puestos de melones, cada uno con la bandera Ay Yıldız -creciente y estrella- en lo más alto de sus lonas). Pero atención, en ese país –en EE.UU-, el Tribunal Supremo decidió que la quema de la insignia patria no era un delito, sino un acto de libertad de expresión. Muchos hemos podido ver, también, las tiendas de recuerdos de la demodé Carnaby Street, en Londres, donde venden, tangas, slips y rollos de papel higiénico impresos con la Union Jack. Tampoco faltan las cajas de preservativos con la efigie de la prole de los Windsor y sus cónyuges.
Parece que nuestra democracia esté más cerca de la turca que de la de los anglosajones y sus primos hermanos. Véase, si no, el recibimiento institucional que esta semana le ha dado un Estado formalmente laico al guru de esa secta romana.
J G Mardomingo
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