Uno de los ritos de obligado cumplimiento de este bloguero
en las mañanas de domingo es el de salir del cercanías, cruzar Recoletos y leer
el periódico dominical en el pabellón de El Espejo, un café de Madrid armonioso
y amable.
Pero ayer, nada más salir del túnel, me sobrecogió el
estruendo de un obispo ladrando insensateces a través de una megafonía -seguro
que la pagamos todos- que haría palidecer de envidia a Mick Jagger y sus
espectros.
No sé que estupidez había reunido a esa gente, pero mi
querido pabellón estaba repleto de carricoches y de arrapiezos dando la tabarra
entre las mesas. Me senté en una de ellas y al momento apareció un niño con un
instrumento ruidoso metiéndomelo en las orejas. Mientras, la madre, rodeada de
una amplia camada en la que la diferencia en edad se sus miembros no
llegaría a los doce meses, amamantaba a
su último cachorro, que con la cabeza
metida debajo del jersey materno, por aquello del pudor curil,
se arriesgaba a la asfixia.
Naturalmente salí huyendo de allí, y no precisamente
recitando jaculatorias. Al parecer uno de los organizadores de esa mascarada
era el Gran Kiko, el que pintó los grotescos monigotes en la nueva catedral de
Madrid.
Me consoló, ya en el tren, un amplio artículo de Juan G.
Bedoya en El País sobre el
desprestigio eclesiástico. Coincidente en el ejemplar aparecen los resultados
de una encuesta de evaluación sobre las instituciones y grupos sociales. De
entre 37 de esos grupos, la
Iglesia ocupa el puesto 27 (54 a 41), es decir, suspende
de largo la aprobación de los ciudadanos; pero más llamativa es la puntuación
otorgada a los obispos (76 a
16), o sea, los quintos empezando por una cola
cerrada por políticos y banqueros.
El periodista subraya en su artículo las prebendas que el
gobierno nacionalcatolicista ha otorgado a esos restos del pleistoceno, cuyo
instinto de rapiña les ha llevado a apoderarse de todos los monumentos que
pertenecen al pueblo español. Para algo mandan el criptofascista meapilas
Gallardón o el neogoebbelsiano Wert.
Pero lo más doloroso de la doble página del periódico es el
artículo adjunto –supongo del mismo redactor- en el que describe las prebendas que
el Gobierno de Zapatero otorgó a esa jarca. Conocidas son las aficiones curiles
de sujetos como Bono o el gallego Vázquez, -finalmente honrado este último con
la embajada vaticana-. Pero más llamativa resultaba la que fue vicepresidenta, Fernández
de la Vega, que
era la romera del Gobierno socialista en el Vaticano. En realidad esta mujer y
su cargo fue una de las incógnitas del
gobierno de Zapatero; también fue portavoz del gabinete a pesar de que su
capacidad expresiva era como la del rey Jorge VI antes de encontrar al
logopeda.
Incomprensiblemente, esa gente les elevó en un 40% la parte asignada para ellos en el IRPF,
les libró para siempre del compromiso futuro de autofinanciación y les alabó
hasta la náusea, ignorando las impertinencias y las tropelías del savonaroliano
Rouco o del torquemadista Camino.
Yo
les pediría a aquellos exgobernantes que, ya tan lejos del poder, hicieran EXAMEN
DE CONCIENCIA, confesaran SUS PECADOS, sintieran DOLOR DE CORAZÓN, prometieran
PROPÓSITO DE ENMIENDA y sufrieran TEMOR DEL PUEBLO VOTANTE.
Amén
Julio
G. Mardomingo
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