‘Cuando un gobierno
me dice, “la bolsa o la vida”, por qué tengo que correr a darle mi plata?
Pueden estar en apuros y no saber qué hacer: lo siento mucho. Ellos verán qué
hacen. Que hagan como yo. No vale la pena lloriquear por eso. Yo no soy
responsable de que la maquinaria de la sociedad funcione.’
Así escribía en 1849
Henry David Thoreau en su obra Civil disobedience.
Tres años atrás
Throreau fue detenido y encarcelado por haberse negado a pagar un impuesto que
le parecía injusto.
Cuenta una
anécdota, posiblemente apócrifa, que en la noche que estuvo en la cárcel [fue
liberado al día siguiente, tras el pago de la tasa por algún desconocido]
recibió la visita de Ralph Waldo Emerson, quien le preguntó: “Henry, ¿por qué
estás tú aquí?” A lo que Thoreau respondió: “Waldo, ¿por qué no estás tú?”.
Dado que en el
siglo XXI y en el marco de la
EU-27 es inconcebible una revolución a la vieja usanza,
parece que la forma más pausible de luchar contra un gobierno que nos despoja
de unos derechos, que tanta lucha y sacrificio costaron, es la vía pacífica de
la “desobediencia civil”.
El 15-M no arrancó como
un movimiento que preconizara esta desobediencia cívica, sino más bien como una
protesta y una negativa a ejercer unos derechos (p. ej., el del sufragio) que
sirvieran para perpetuar un sistema que consideran injusto. No era suficiente
que mostrará en todo momento su espíritu pacifista, no violento; ya vimos cómo
la fascistoide que gobierna Madrid infiltró provocadores, que golpeados por azar
gritaban a sus compañeros policías “¡Eh, que soy de los vuestros! Algo al
parecer inevitable con esta gente en el poder.
Los actos más
cercanos a este tipo de desobediencia lo protagonizaron algunos de los grupos
que pacíficamente obstaculizaron los desalojos por desahucio, protestando
contra la Ley
hipotecaria y, sobre todo, contra la más injusta Ley de Enjuiciamiento Civil.
Pero en realidad se trató simplemente de actos aislados, sin apenas incidencia en las
350.000 familias que en cuatro años han dejado en la calle. Son casi doscientas
familias las que cada día pierden su casa.
Hoy, con la
simpatía de la enfermera que imprimía las recetas y el apoyo de la
farmacéutica, he objetado el cumplimiento de una obligación tributaria,
la tasa de un euro por receta. Vean la aritmética: uno de los fármacos costaba
ayer en Internet, en sus distintos genéricos, 1.61€, curiosamente hoy, marcaba en
la farmacia 1.85€, por lo que con el copago vigente desde el pasado julio he
pagado, como jubilado, 18 céntimos de euro. Si no me hubiera negado a pagar ese
injusto y a todas luces ilegal tributo, el precio de un fármaco antitensivo de
receta mensual me hubiera supuesto una subida del 637.5 por ciento.
El trámite para la
insumisión es muy sencillo, basta con rellenar unas pocas casillas de un
impreso con calco que facilitan en la farmacia –también el boli.
Me pregunto, ¿a qué
viene un acto tan irracional, ilegal y estúpido por parte de este intruso
autoritario, al que la comunidad de madrileños no ha votado para su cargo?
¿Por qué se fue
quien se lo dejó?
¿No será, acaso,
que dada su trayectoria usurpadora de cargos, la marquesa consorte intente
esperar a que Rajoy se canse; es decir, a que Rajoy se dé cuenta de lo cansados
que estamos, y se largue a Santa Pola, dejándola el puesto? ¡Pregunten en la FAES!
JGM
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