La renuencia de Rajoy y el PP a mostrar sus intenciones en caso de ganar las próximas elecciones nos conduce a dos supuestos:
Uno: tiene un programa oculto, que no quiere mostrar por estar convencido de que anunciarlo le restaría votos. Dos: no tiene programa alguno, y en caso de ganar, improvisará.
¿Por qué, si lo tiene, no lo muestra? Porque fuera de sus incondicionales, si lo mostrara, el electorado se lo pensaría dos veces antes de hacerse el harakiri delante de las urnas.
Imaginemos que lo que tiene en la cabeza es:
-Tratar de conjurar el déficit vendiendo centros hospitalarios y cobrando después a sus usuarios.
-Equiparar las tasas de las universidades públicas al nivel de las privadas. Descapitalizar la escuela pública.
-Unificar las televisiones autonómicas y regalárselas a algún amiguete, que a su vez sitúe a alguien, como aquel siniestro sujeto del C,C,O,O, de gerente.
-Derogar todas las leyes progresistas del primer mandato de Zapatero: Ley de Dependencia. De Igualdad de géneros ante el matrimonio. Prohibición de fumar en lugares públicos (esto si lo ha anunciado ya, bien que de forma críptica). Endurecer la dispensa de la píldora postcoital y dificultar el aborto gratuito, como ocurre en alguna de las comunidades gobernadas por el PP. Llevar al olvido la (prometida) Ley de Transparencia, o la (también prometida) Ley de acceso a la judicatura. Acabar con la Ley de independencia de TVE, que ya han intentado reformar (con la incomprensible anuencia del PSOE). Eliminar de la enseñanza la asignatura de Educación para la Ciudadania y los Derechos Humanos (esto sí lo ha anunciado ya), y quizá, para contentar a la caverna, sustituirla por los catecismos de los padres Ripalda o Astete. Rebajar el seguro de desempleo y eliminar los subsidios. Subir los impuestos indirectos (IVA) y reducir los del capital y empresas, etc.
No cabe duda de que anunciar alguno de esos supuestos le restaría bastantes votos; lo cual pensamos que justifica su obstinado silencio. Pero pudiera ocurrir, que no exista ningún programa oculto en la agenda del PP. Algo no demasiado inverosímil porque Rajoy no parece un hombre muy trabajador. Por lo que sabemos, su principal ocupación ha sido la de desgastar al Gobierno de Zapatero, aunque eso llevara consigo deslucir a la vez la imagen del Estado español en el exterior. No se le conoce ninguna propuesta constructiva concreta. Su biografía de registrador de la propiedad en Santa Pola, hace pensar en alguien sentado tras una mesa de roble esperando a verlas venir, es decir, a leerles a los nuevos propietarios los papeles que hubieran redactados los secretarios de su despacho (quizá de ahí le venga la costumbre de leer sus intervenciones en público).
Wikipedia señala que las dos distinciones de Rajoy son: la Medalla de oro al Mérito Ciclista y la Gran Cruz de Carlos III, ambas concedidas durante la segunda legislatura de Aznar. También señala esta enciclopedia que Rajoy viaja frecuentemente a Bruselas, no a reunirse con otros estadistas europeos, sino a visitar a su primo –no sabemos si a aquel que negaba el cambio climático
Nombrado a dedo sucesor de Aznar, ante la perplejidad de propios y extraños, parece que incidió en su nombramiento la capacidad para comerse marrones del jefe, tales como lo de Irak o la catástrofe del Prestige.
Los dos supuestos enunciados arriba son igual de preocupantes: el primero, por el retroceso que supondría para el Estado de bienestar, y el recorte de libertades cívicas. El segundo, porque haría de Rajoy un mero ninot movido desde la caverna de la FAES; algo que sospechábamos pudiera haber ocurrido si los avatares del azar no le hubieran impedido ganar las elecciones en el 2004. De ahí, quizá, que el dedo de Aznar lo señalara entonces para su sucesión.
¡Se imaginan a la neocatecumenal Botella de alcaldesa de Madrid y a su antipático marido haciendo política en la sombra a lo Putin!
NB. Entre los méritos del presidente Zapatero hay uno que apenas se menciona, y es que se alzara secretario general en el Congreso Federal del 2000 y nos librara con ello, durante al menos ocho años, de la cristianización ñoña que nos hubiera impuesto José Bono o del populismo peronista de la rencorosa Rosa Díez.
Julio G Mardomingo
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