La puerta
Harold Wansford había oído comentar a algún criado que el viejo Thorston Stickford decidió abandonar el hospital para acabar sus días en la antigua mansión. Sintió así cierta sorpresa al recordarlo cuando, cerrada la noche, le anunció el mayordomo la llegada de un criado de Stickford portando un mensaje para él. Recogió el papel e invitó a su portador a esperar junto a la chimenea por si el mensaje requería una respuesta para su señor. “Lo siento sir Wansford, pero éste es el último servicio que le hago a sir Stickford. Nos despidió a todos y yo me mudé esta tarde a casa de mi hermano, el pastor de Blumenshire.” se disculpo el sirviente, disponiéndose a marchar.
Leyó los trazos apresurados de la breve nota: “Querido Harold, ven enseguida. Los criados se han ido pero la puerta está abierta. Te espero en la biblioteca”
Efectivamente, la puerta por la que muchos años atrás abandonó esa casa, maldiciendo a su dueño y rumiando venganzas, se abrió ante un leve empujón. Reconoció el amplio vestíbulo y el corredor que llevaba hasta la biblioteca.
Al entrar en la sala sintió el aire templado por las brasas de la chimenea. “Aquí estoy, Thorston” se anunció en tono engolado, mientras se aproximaba a la mecedora del viejo. Lo creyó dormido y le sacudió un hombro; acercó la lámpara a su cara y no tuvo duda de que el hombre estaba muerto. Reconoció sus ojillos maliciosos y su sonrisa irónica.
“Treinta años, viejo Thorston. No debiste negarme aquello entonces; lo deseaba más que tú. Te arrebaté a Linda, después, sí, pero las mujeres no tienen dueño. Sé que la hubieras querido más que yo.” Se apartó de la mecedora y se dirigió hacia la puerta de roble del salón del coleccionista.
“Sólo quiero mirarlo por última vez. No te lo voy a robar; ya no hay ningún objeto de deseo para mí”.
Tiró con fuerza del pomo y el ruido de la pesada puerta desencajada ahogó al caer el crujido de su cráneo.
Julio G Mardomingo