El problema con ETA es que dado lo efímera que resulta la estancia de sus mandos en la dirección de la organización, lo único tangibleradica en los tres encapuchados que periódicamente graban un vídeo y lo mandan al diario guipuzcoano Gara. Y dado que no muestran nunca sus rostros, podría tratarse, incluso, de tres comparsas de la Euskal Telebista.
Porque, si no vuelve a matar, a secuestrar, extorsionar, amenazar o a producir estragos, ¿qué otro cometido se le reconoce a esa banda? Ninguno, luego es como si hubiera dejado de existir, excepto para los deudos de sus víctimas y para Mayor Oreja.
La aporía es que si ETA no existe, ¿cómo va a desaparecer? ¿Quedarán los gudaris residuales en estado durmiente, viviendo de los ahorrillos que les hayan quedado? ¿Volverán poco a poco para colocarse de reponedores en Eroski, y se reunirían una vez al año como los carlistas en Montejurra?
Es importante, sin duda, la declaración de principios de Sortu, tanto como falto de interés resultó el comunicado de la tregua por los tres enmascarados. Sirva de muestra la lectura diaria de Le Monde, quizá el periódico francés que más información política contiene, en el que desde el momento de aquel anuncio hasta nuestros días no ha aparecido ni una línea que se refiriera a ese anuncio de tregua. Y eso que hacían referencia en él a las tres provincias vasco-francesas irredentas. ¿Nada! Un ninguneo absoluto por parte de los franceses. Y es que al pasarse la vida de zulo en zulo, no han tenido tiempo esos bárbaros para enterarse de que el sistema territorial francés data de la época de la Revolución, y de que, como expresamos en otra ocasión, Francia no ha cedido una parte de su territorio continental desde lo tiempos de Juana de Arco.
Puede que los encapuchados del manifiesto sean unos farsantes, o que la ETA actual sea una quimera, pero hay algo absolutamente real, que son los ochocientos y pico presos de la organización que se pudren día a día en las cárceles -una coincidencia macabra de cifras con la de sus víctimas mortales-, algunos a mil kilómetros de sus parientes. En un ejercicio de empatía, uno intenta racionalizar qué haría de estar en el pellejo de esos penados, pero no tiene sentido, porque como dice –creo que Vargas Llosa- “la razón no convence ni a los místicos ni a los mártires”.
Puede que el TS o el TC aprueben la candidatura de Sortu –si así fuera, Mayor Oreja y el goebbelsiano portavoz seguirían diciendo que los legalizó Zapatero-, pero puede que no, dado que son los mismos miembros de Batasuna a los que deslegitimó Estrasburgo.
Pero en el mejor de los casos para los presos, la legitimidad de Sortu no significaría un gran alivio para su situación. Dios le librara a cualquiera de los electos de colocar la foto de un convicto de ETA en su ayuntamiento. Con la nueva ley, perdería su acta ipso facto por apología del terrorista.
Si los tribunales no aceptaran a Sortu, las cosas irían mal tanto para los presos como para los políticos abertzales.
¿Qué hacer? Pues ahora en esta entrada sólo nos aparece clara una salida:
Que ETA entregue las armas a los polis franceses y españoles, o que las destruya (con pruebas), o que las revenda (con facturas).
J G Mardomingo