El demoledor artículo de El País de ayer, 17 de abril de 2011, sobre la situación actual de ETA nos muestra los cálculos que sobre el número de terroristas activos había hecho la policía antes de la tregua del pasado septiembre: entre sesenta y cien miembros antes del alto el fuego. Nos caben pocas dudas sobre esas cifras dada la eficacia que han mostrado los cuerpos de seguridad -aunque Álvarez Cascos y la señora de Cospedal piensen que son una banda de facinerosos al servicio del PSOE-. De esos datos –pongámonos en lo peor, cien- habría que rebajar los dieciséis detenidos en los últimos días. Así pues nos quedaríamos en ochenta y cuatro gudaris. No es un número despreciable, pero sus condiciones no son las mejores para una relación sinérgica de grupo: Guerrilleros que viven en tiendas de campaña y fabrican sus propias armas- como los comanches elaboraban sus flechas-; comunicaciones precarias por temor a ser descubiertos, etc.
Si consideramos los restos de la banda de manera sistémica, se trataría de un sistema cerrado, entrópico. Según el informe policial, no se están produciendo nuevos input, ni humanos (integrantes) ni materiales (impuesto revolucionario); así pues, sólo quedan los miembros citados, convertidos paulatinamente en output debido a la acción policial, y los presos políticos, un grupo inerme que según el informe citado está deseando (el 90 por ciento) convertirse en output. Es decir, el sistema se mostraría totalmente incapacitado tanto para producir la menor energía interna como para recibirla del exterior.
Todo esto ha hecho que, en los estudios de opinión, los ciudadanos sitúen el problema terrorista muy por debajo de otros más acuciantes. Parece poco probable que el grupo residual vuelva a las andadas. Quizá consideren los terroristas que el reciente tiroteo a los gendarmes era legítima defensa, como hacía Clyde Champion Barrow cuando disparaba desde su coche a los guardias que le perseguían.
Naturalmente, ningún gobierno se atrevería a certificar unilateralmente el acta de defunción de la banda; y parece que tampoco los restos de ella estén dispuestos a dedicar sus vidas a otros menesteres.
Así pues, la situación podría durar hasta el agotamiento de ese sistema. Los elementos que podrían acelerar el fin podrían ser los políticos abertzales, en su afán de participar en la cosa pública, y los presos; aunque bien es cierto que a estos les cabe otra salida: renunciar a la violencia, darse de baja en ETA y obtener con ello beneficios penitenciarios.
Confiemos en que no sea todo esto wishful thinking
Julio G Mardomingo