El asombro y entusiasmo con que muchos acogimos la erupción espontánea y el aire fresco de los movimientos juveniles de los “indignados” del 15-M se desvaneció un tanto ante su ausencia en las generales del 20-N. ¿Qué pasó con ese comportamiento colectivo? ¿Cansancio? ¿Desánimo? Vaya usted a saber. Quizá dentro del movimiento crítico debieran explicar ese largo adiós.
Dentro del amplio concepto de la acción colectiva, el 15-M reunía alguno de los requisitos para poder llegar a considerarlo un movimiento social incipiente, que se iría desarrollando en un eje temporal, hacia una construcción futura:
- Nunca hasta ahora se habían conocido unas redes informales de interacción tan poderosas, facilitadas por las redes sociales en Internet, la telefonía móvil, etc.
- Se desarrolla en un área de conflicto. Una grave crisis económica que ha afectado principalmente a los grupos de edad de los actores de ese comportamiento colectivo (45 por ciento de paro juvenil).
- Promover la acción fuera de los mecanismos institucionales habituales en la vida política y social, un tanto desacreditados.
Quizá faltaran para esa consideración académica de movimiento social unas creencias compartidas, con el suficiente criterio como para producir un sentido alternativo de la acción.
Vimos pues, que el 15-M surgía como una acción colectiva, como una forma de participación ajena al ámbito de la política institucional y con la pretensión de modificar los criterios de la democracia representativa -“¡No nos representan” es uno de sus eslóganes favoritos, con lo que tratan de erosionar tanto a los partidos políticos como a las organizaciones sindicales de clase. Cuestionar la legitimidad de los sistemas de partidos, considerar a la clase política como una banda de privilegiados tendente a eternizarse en sus poltronas son argumentos que tienden a desmovilizar al electorado de izquierdas. La derecha ha demostrado en nuestro país que vota como una piña, que las desuniones en su seno son meramente retóricas; un hecho realzado cuando piensan que en una situación dada se pueden menoscabar sus intereses, y en una crisis como la actual son muchos los que tendrán pérdidas. Tratan de no estar entre ellos.
Quizá al principio, el PP viera con cierta preocupación la aparición de esa protesta colectiva, de ahí que pidiera a gritos el desalojo de la Puerta del Sol, pero pronto comprendió que no iban a ser ellos los perjudicados, sino los partidos de izquierda, la fidelidad de sus votantes estaba garantizada. No obstante, sus voceros insistían en sus descalificaciones e insultos “esos solo buscan una casa para ellos y una caseta pa’l perro”. De ser así, tras las declaraciones de la actual delegada del Gobierno, se habrán quedado sin su última morada: la Puerta del Sol. La nueva delegada, Cristina Cifuentes, ha declarado que ella no hubiera permitido las acampadas de Sol.
Unos hechos, estos, que debieran llevar a la reflexión de que se puede actuar fuera del ámbito de la política institucional, pero que no todos los partidos o grupos de presión o de intereses son iguales. No seguir el ejemplo de los comunistas que dominan IU, que a pesar de su júbilo inicial vieron como los “indignados” recibían a su jefe de filas arrojándole un cubo de agua. Es difícil cuantificar la influencia de esa acción social en las elecciones del 15-M y del 20-N, pero no nos cabe duda que ha perjudicado significativamente a la izquierda.
El pasado domingo (19-F), convocadas por los dos sindicatos mayoritarios, se registraron en todo el país las manifestaciones más concurridas de la última década en defensa de los derechos de los trabajadores. Cientos de miles de manifestantes clamaron contra los recortes sociales del PP. Mientras, en Madrid, el “grupo crítico” del 15-M, apostado en una plaza, insultaba a su paso a los líderes sindicales y políticos de izquierda, utilizando, entre otros, ese odioso eslogan de “PSOE y PP, la misma mierda es”, una versión escatológica del que utilizan los comunistas emboscados en IU. Incluso, un idiota soltó un globo cargado de pintura para manchar a los sindicalistas.
Véase otra forma de forma de actuaciones espontáneas y desorganizadas: los actuales acontecimientos de los estudiantes valencianos. Una acción puntual, no institucionalizada, de un pequeño grupo que protesta airadamente, pero de forma pacífica, y recibe una respuesta brutal, desmesurada, de un poder que se siente atacado políticamente. Un poder, que se siente legitimado en las urnas y piensa que no tiene porqué escuchar las peticiones irrisorias del “enemigo”. En este caso, los estudiantes valencianos no desdeñaron el apoyo de sindicatos y partidos de izquierdas.
Cualquier acción colectiva para llegar a convertirse en movimiento social tiene que labrarse una identidad que trascienda la inmediatez, que vaya más allá de los derechos individuales hacia los colectivos. Los movimientos sociales aparecen tradicionalmente como una forma de actuación para modificar la de la democracia participativa, y suelen comenzar cuestionando la legitimidad de los sistemas de partidos. Bien, es preciso actuar como revulsivo del anquilosamiento de los partidos y de la clase política trabajando para sí misma. Pero, hoy por hoy, no concebimos otra lógica política viable que la de la representación, y no es difícil deducir que la democracia representativa se basa en los partidos, sin los cuales no existiría; mientras que por el contrario, la democracia sí puede mantenerse sin movimientos sociales o cualquier otro tipo de acción colectiva.
Julio G. Mardomingo