Con sólo un día de anticipación decido ir de vacaciones a Jordania. No parece un problema para las agentes de viajes de Atrápalo. Un viaje anunciado para nueve días, que en realidad es de sólo siete, entre idas y venidas en avión.
El precio es razonable; los hoteles superan lo estándar y la comida es la más apropiada para bajar el colesterol y un par de kilos. Consiste en verduras variadas -predominan el tomate y el pepino-, pollo y pescado, alguna vez algo de cordero pascualón.
El guía que nos tocó, Aiman, era ilustrado y ameno.
Jordania, una cuña entre Asía, África y el Mediterráneo, ha sido encrucijada de civilizaciones. Han estado por allí los bíblicos amonitas y moabitas; los nabateos, que esculpieron Petra; el gran Alejandro de Macedonia; los romanos que, bajo Pompeyo, incluyeron Madaba en la Decápolis; así como los bizantinos; los árabes, ya islámicos; los turcos seljúcidas y los otomanos; los caballeros cruzados y hasta el mítico Lawrence de Arabia, quien para nuestro guía, más que el libertador de los árabes, fue un agente del MI5 que intentaba follarse a todos los beduinos jóvenes.
El viaje, organizado por el mayorista DAHAB, sigue más o menos el itinerario programado. Comenzamos en Amman, con menos de tres horas de sueño. Desgraciadamente, apenas se visita nada en esta capital. Sólo se hace un recorrido panorámico en bus, y el último día dejan un par de horas para las últimas compras en el zoco. No se para ni a ver el teatro romano (6.000 plazas), ni el palacio Omeya (donde trabajan arqueólogos españoles), ni el Museo Nacional de Arqueología.
Hicimos un recorrido por los castillos del desierto, construidos por romanos, bizantinos y omeyas bien con fines defensivos, para descanso de caravanas o vaya usted a saber por qué alguien construye un palacio en mitad del desierto.
Tras una larga subida entre precipicios desérticos espeluznantes, llegamos a la cima del monte Nebo. Se pregunta uno qué demonios buscaría el buen Moisés en un lugar tan inhóspito (también el Papa Juan Pablo II llegó hasta allí para plantar un olivo).
Hacemos noche en el Mar Muerto, a algo más de cuatrocientos metros por debajo de los mares vivos. Al paso que va, primero por el desvío egoísta del Jordán por parte de Israel, y ahora por el embalsamiento del caudal restante, pronto estará muerto y enterrado. Los turistas se impregnan del barro negro, parodiando a la inversa a Michael Jackson. Nadar no es aconsejable, y flotar requiere alguna técnica, ya que el cuerpo flota pero la cabeza, más densa, tiende a hundirse, con la consiguiente entrada de salmuera en los ojos. En la orilla de enfrente, de noche, se ven las luces de Jerusalén; en realidad, se divisa desde cualquier punto elevado, dista sólo 88 Km. de Amman.
Tras una interesante visita a la “pequeña Petra” llegamos a la genuina, a la de las pelis. Se entra por la boca de un estrecho desfiladero y, tras recorrer un kilómetro, deslumbrados por el espectro de colores de las rocas, se desemboca en el “Tesoro”. A partir de ahí, los espacios se agrandan y se puede girar la cabeza para ver tumbas, cuevas, templos y fachadas talladas en la roca, como enormes vaciados para esculpir columnas y capitales de arriba hacia abajo. Hay incluso un teatro nabateo, ampliado por los romanos hasta dotarle de 7.000 asientos.
Casi tan impresionante como el Tesoro es el Monasterio, al que se accede subiendo más de ochocientos peldaños tallados en la roca. Por cuatro o cinco euros se puede subir en los burros que ofrecen los gitanos (parece que los gitanos vivían dentro de Petra hasta que fue declarada Patrimonio de la Humanidad. A partir de ahí, el Gobierno jordano les construyó albergues fuera de ella, y les permite entrar a trabajar de día. ¡Más generosos que los italianos de Berlusconi ya han sido!
El recorrido de esta visita supone sólo una pequeña parte del parque arqueológico de Petra, cuya extensión se acerca a los 300 kilómetros cuadrados, o a más de novecientos si se consideran todos los ramales de valles y cauces secos y las distintas rutas que seguían las caravanas.
La mayor parte del recorrido de tour es más o menos la de la antigua “Ruta real”, que con 5.000 Kms. llegaba desde Egipto hasta la Mesopotamia. Hoy ha sido sutituida por una austera autovía de cuatro carriles construida por los iraquíes.
Visitamos Madaba, cuya iglesia ortodoxa de San Jorge guarda un maravilloso mapa mosaico bizantino del siglo V, ensamblado con más de dos millones de piezas (teselas): una representación de toda la zona, desde el delta del Nilo hasta el norte de Palestina.
Recorremos en 4x4 una parte del desierto de Wadi Rum (Valle de la luna). Un paisaje increíblemente bello (recordamos “Lawrence de Arabia”). Parece que el gobierno jordano planea cerrar este parque natural para evitar su degradación y los expolios.
Llegamos hasta Aqaba, en el mítico mar Rojo. Los 41 grados a la sombra hacen que el agua de la piscina del hotel nos parezca helada.
Se visita Jerash, que quizá junto con la ahora turca Efeso sea una de las ciudades romanas mejor conservadas. Templos, arcos, dos teatros -uno para los patricios y otro para la plebe-, donde aún se ve la numeración de las localidades...Una maravilla
Jerusalén
El guía nos ofreció la posibilidad de, por un coste de 100 euros, cambiar un día de estancia en Amman por una excursión a Damasco o a Jerusalén. Él recomendó Jerusalén.
La mayor parte de los componentes del grupo aceptamos la alternativa, incluso sin que se nos dieran un folleto con las condiciones. (mal fait!).
Resumen:
La frontera sólo abre 12 horas, de 8 a.m.a 8 p.m. El viaje dura unas 4 horas en cada sentido, a lo que hay que añadir los márgenes para evitar llegar tarde y tener que pasar la noche en el no man’s land fronterizo; a eso hay que añadir casi una hora para comer en un lugar infecto, y dos paradas (una a la ida y otra a la vuelta para comprar baratijas en un centro comercial de carretera.
Los trámites fronterizos son enojosos e irritantes. Parece que, sobre todo en estos países, la autoridad se patentiza haciendo esperar a la gente de a píe sin motivos justificados. Un añadido puede ser la suma de antipatía, ineptitud, arbitrariedad y estupidez , incluso de insolencia policial.
En la frontera israelí no había ningún guía esperándonos, ni responsable alguno d
e la agencia (cuyo nombre ya era algo premonitorio: “La beduina”)
Pasada ya la frontera jordana, en el lado israelí, un joven ataviado con un polo naranja daba vueltas alrededor del autobús portando una metralleta “a lo Rambo”. Al cabo de un rato de espera, subió al autobús un funcionario, que preguntó si alguien hablaba inglés, “yes” -contesté- ;dijo pertenecer a los servicios de inteligencia y me pidió la lista de pasajeros. Yo miré al chófer israelí y le pregunté en inglés y en lenguaje gestual por esa lista; él conductor me devolvió una mirada vacía.”No list” –le dije disculpatorio al poli. Se marchó aparentemente resignado. Poco después subió el del polo naranja con la metralleta puesta. Nos pidió los pasaportes y luego se bajó a seguir con sus rondas armadas.
Cuando parecía que ya estaban salvados los trámites fronterizos, resultó que a una pareja de jóvenes, de un grupo que se había añadido al nuestro original, les retenían sin saber por qué Una chica de su grupo, decía que no les dejaban pasar porque eran vascos, trasla
dando, así, su victimismo a varios miles de kilómetros,. La realidad resultó ser otra.
Al cabo de una hora de espera me dirigí al único funcionario israelí que había por allí. Le pregunté qué pasaba y que si podía hablar con alguien con capacidad de decisión. “Wait five minutes” -me contestó. “O.K. I`ll be back in five minues”-respondí. Al cabo de un ratito se levantó de su ordenador y pasando por delante de mí, me dijo, irónico, en perfecto castellano: “Ya han pasado los cinco minutos”. Le volví a preguntar qué pasaba , y me dijo que los chicos acaban de venir de Siria o de Yemen y que tenían que pedir permiso al Ministerio de Asuntos Exteriores para dejarlos entrar en Israel.
Parece que cualquiera que vaya a hacer un recorrido por esos países debería ser consciente de que algunos de ellos viven un precario armisticio dentro de una situación de guerra. Los guías recomiendan no dejar que sellen los pasaportes si pensamos ir a un país que consideran hostil. El joven dijo al subir “Se siente”, un lacónico sintagma impersonal.
Al cabo de unos 50 kilómetros paró el autobús para recoger al guía israelí. Se trataba de un brasileño que apenas hablaba español y se empeñó en meternos en todas las iglesias que jalonan la “Vía Dolorosa”, algunas de reciente construcción. Allí, nos pormenorizaba el Nuevo Testamento, bien que en su portugués de Brasil. (podían haber elegido a un sefardí, pensé yo)
Ya a la vuelta, me dirigí al guía de “La beduina” para expresarle mis quejas, pero en seguida me interrumpió airada una mujer del grupo insinuando que no era para tanto. El resto del bus, o bien se resignaba o sufría algún “síndrome de Estocolmo” y protegía tácitamente a quien no cumplió lo contratado.
Al día siguiente, nuestro guía “natural” cortó radicalmente el primer comentario negativo diciendo que él no tenía “nada que ver” con esa excursión, a pesar de haber sido él quien nos vendió la “moto”. Nadie rechistó.
JGM
1 comentario:
Rosa, mi compi, dice, con toda razón, que el precio de la excursión a Jerusalén fue de 200 pavos, no de cien como digo en el post.
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