Han aparecido recientemente dos libros sobre la segunda guerra mundial: uno “D-DAY” de Anthony Beevor, que a pesar de su subtítulo “The battle for Normandy” narra los inicios del desembarco aliado en las playas normandas pero se extiende hasta la liberación de París. El segundo, escrito por el fotógrafo Robert Capa, aparece en su traducción española con el título de “Ligeramente desenfocado” . El libro de Capa, autobiográfico, plagado de buenas fotografías –el primero también incluye fotos, incluso alguna de Capa- cubre los dos frentes europeos: el italiano y el normando, comenzando esta segunda parte con su estancia en Inglaterra desde los días del Blitz para acabar en la liberación de París.
Tras los anteriores trabajos de Beevor sobre la II guerra mundial, ante todo “Stalingrad” y “The Downfall “, no sorprende el estilo minucioso del autor. Recoge los sucesos de 80 días a través de 600 páginas, lo que si nos atreviéramos a exponerlo estadísticamente significaría casi tres horas de acción bélica en cada página, aunque de esas 600 páginas 40 son de notas y cinco de bibliografía, lo que da una idea del trabajo exhaustivo de Beevor. Quizá venga de su condición de antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército Británico la detallada descripción de los movimientos en ambos frentes, con múltiples mapas intercalados, más compresibles para un táctico militar que para los profanos. Únicamente al principio de la obra aparece un mapa de las cabezas de playa en la costa normanda, después sólo figuran esos pequeños mapas con las cotas de cada movimiento militar. Sería, quizás, deseable que la próxima versión española incluyera un mapa amplio de toda la Francia ocupada que llegara al menos hasta París.
La narración de Beevor, además de los movimientos de ambos contendientes, intercala las disputas entre bastidores y los reproches dentro de cada ejército, así como conmovedores detalles humanos. Trata el autor las acciones de los militares de ambos bandos con exquisita imparcialidad, con ese tono impersonal tan envidiable de los historiadores ingleses, contemplada sobre todo desde un país, el nuestro, donde tienen carga ideológica hasta las andanzas de Viriato, el pastor. Así, narra las horas anteriores a la rendición de París por el general Choltizt, exponiendo la serenidad, la afabilidad con el enemigo y con sus subordinados de este militar, ein richtiger Kavalier, que sin embargo en su cautiverio comentó: “El peor trabajo que he hecho en mi vida – a pesar de lo cual lo hice concienzudamente- fue el exterminio de judíos. Cumplí la orden hasta el mínimo detalle”. Señala Beevor, que a pesar de esas acciones, Choltizt nunca tuvo que enfrentarse a un tribunal por sus crímenes racistas. Y es que según el autor los soldados alemanes tenían prohibido fumar por las calles de París, pero –añadimos- que sin embargo podían atacar impunemente a cualquier francés que silbara “La Marseillaise” por la acera.
Cuando relata este historiador inglés las crueles sevicias -sólo en el verano de 1944 fueron rapadas 20.000 mujeres- infligidas a muchas francesas por su supuesta “collaboration horizontal” con los militares nazis, las califica como “ugly”, sin que podamos evitar la indignación por la reaparición triunfalista de los militares profesionales franceses cuatro años después de su ignominiosa rendición. Hasta Churchill dijo en algún momento que “los franceses podían hacer algo más”… suponemos que quería decir, también, que algo más que colaborar con los nazis.
En la foto de Capa que acompaña este párrafo observamos la sonrisa ufana del “flic” de la derecha, y meditamos sobre el demoledor informe publicado en 1995, bajo la presidencia de Jacques Chirac, que acabó con la versión oficial sobre la posición del gobierno Vichy de Francia, al declarar que no era sinónimo del estado francés, y que la nación compartió la responsabilidad por la deportación de judíos en Francia durante la guerra. La decisión de Chirac, que llevó a juicios de colaboracionistas franceses en la década del 90, contribuyó a crear un efecto que ha cambiado gradualmente el gobierno francés y a la sociedad”, destacó el historiador Marc Olivier Baruch. En algunas de las razzias contra los judíos sólo intervinieron gendarmes :”Todos eran franceses. No había alemanes”, dice el informe.
Unos 76.000 judíos, 11.000 de ellos niños, fueron deportados de Francia hacia los campos de concentración nazis. Menos de 3.000 sobrevivieron.
Beevor no critica directamente ni a los militares ni a los políticos que intervinieron en esa fase del conflicto, pero sí lo hace a través de los comentarios que unos hacían de los otros:
De Stalin, nos cuenta sus presiones a los aliados para abrir el segundo frente, aduciendo el enorme sacrificio de su pueblo en el este. Resulta curioso también su temor, que el líder soviético compartía con Churchill y De Gaulle, sobre una insurrección comunista en París; supone el autor que su reticencia se basaba en que Roosevelt pudiera suspender el tratado de “préstamo y arriendo” de suministros bélicos a La URSS.
Resalta Beevor la determinación y clarividencia de Roosevelt, así como la fortaleza de Churchill como hombre de Estado. Peor parado sale De Gaulle, que desembarcó en Inglaterra como un “desconocido” pero quería, al parecer, compartir mando y honores con los tres aliados. A Roosevelt, quizás disgustado por el papel de los franceses en la guerra, le parecía De Gaulle, según Beevor, un potencial dictator, y sostenía la idea de mantener un ejército de ocupación en Francia hasta que tuvieran los franceses unas elecciones libres.
Parece que De Gaulle, al sentirse ninguneado en las vísperas del desembarco, llegó a decir a su emisario Viétot que Churchill era un “gángster”. A Churchill, más conciliador, no dejaba de irritarle el chovinismo patriotero del francés, que también molestaba a Eisenhower y al no menos egocéntrico Patton, Parece que Eisenhower estaba dispuesto a dar un rodeo, evitando la liberación de París, para dirigir las tropas directamente a Alemania, algo que horrorizaba a De Gaulle y a sus generales.
Desde un punto de vista militar, el peor parado es Hitler, empeñado en dirigir él solo las campañas a través de los mapas colgados, primero en su residencia alpina de la Berghof, y luego en la Wolfsschanze, en el este de Prusia. Parece que el Führer aborrecía esa sentencia del refranero español que dice que “una retirada a tiempo es una victoria”, y en su afán de no ceder ni una pulgada del territorio conquistado pareciera como si se hubiera jugado el destino de Alemania a cara o cruz, aunque en su derrota final, culpara de ella a sus propias víctimas, a los alemanes.
Relata Beevor, las fuertes tensiones entre el ejército y las Waffen-SS, y cómo ambos estaban de acuerdo en criticar el pobre papel de la Luftwaffe, que desde la Batalla de Inglaterra mostró cada día su creciente inferioridad antes los aviones británicos y norteamericanos. Así, comenta que cuando los soldados alemanes oían ruido de aviones se protegían rápidamente, porque estaban seguros de que no eran alemanes. Otros ironizaban sobre la generosidad de Churchill de mandarles un avión para cada uno de ellos.
También nos muestra Beevor, cómo el almirante Dönitz, el héroe de los U-boats, se sintió finalmente derrotado por la aparición del radar, que lanzaba a los aviones aliados contra sus submarinos en cuanto salían a la superficie, amén de la ruptura por el “Ultra” de los códigos secretos nazis que les impedían el ataque “en manada” a los convoyes aliados.
Entre los aliados, el militar más respetado en el relato es Eisenhower, por su ecuanimidad, respeto y tolerancia hacia el resto de generales; sin embargo no puede remediar, acabada ya la contienda (en 1963), sus críticas a Montgomery a quien llegó a tachar de egocéntrico y psicópata. Parece que”Monty” estuvo varias veces al borde de su destitución; dice Beevor que Churchill no lo hizo finalmente por evitar cierta desmoralización de los ingleses en mitad de la campaña del segundo frente.
Hace Beevor un lúcido análisis comparativo sobre los combatientes de los dos bandos, resaltando la perplejidad y, a menudo, el desánimo de los jóvenes norteamericanos, arrancados de sus trabajos en las ciudades o en las granjas para enfrentarse a un poderoso ejército, bien armado y con una alta moral de victoria. En suma, el enfrentamiento entre un ejército largamente adoctrinado por la propaganda hitler-goebbelsiana y unos jóvenes llamados a filas para defender la democracia – un vago concepto para muchos de ellos- en un continente lejano.
Además de ese adoctrinamiento de los alemanes, se pregunta Beevor cómo, una vez mostrada la inferioridad manifiesta del ejército alemán tras afianzar los aliados sus cabezas de puente en Normandía, pudieron ofrecer esa fiera resistencia durante más de un año (las bases de submarinos de Lorient y St-Nazaire, en Bretaña, no se rindieron hasta el 8 de mayo de 1945). Quizás una respuesta sea la del citado Cholttitz al general Gerow: “los americanos tenían algo por lo que volver a casa, a los alemanes no les esperaba nada”.
El hilo conductor del relato de Capa parece basado en su peripecia romántica con una muchacha inglesa, Pinky, a la que acabó perdiendo en manos de su amigo, el aviador Chris Scott. Según Beevor, todo lo contrario le sucedió al pelirrojo Hemingway, que no sólo “conquistó” el Ritz parisino (y su bodega) sino a Mary Welsh, la mujer de otro escritor, a la que después convirtió en su cuarta esposa. A diferencia del libro de Beevor, que construye su relato a partir de archivos o de entrevistas con los protagonistas de aquellas batallas, Capa no es sólo un reportero, sino que interviene en primera línea acompañando a las tropas aliadas, bien como paracaidista o como ocupante de una de las primeras lanchas de desembarco (reconoce Capa que tras tomar algunas fotografías -parece que muy apreciadas por sus editores- sintió un ataque de pánico y abordó una barca ambulancia para regresar a Inglaterra, para reembarcar inmediatamente después, en la segunda oleada, y embarrancar otra vez en las playas de “Omaha”)
Ambos autores relatan el horror de la guerra en una batalla tan decisiva como fue la del asalto a esas playas normandas, pero es de resaltar el diferente estilo de ambos autores
Las narraciones de Beevor son más descarnadas. El siguiente párrafo describe el vivac de unos soldados aliados en un terreno sembrado de cadáveres alemanes cubiertos de moscas y gusanos
"a field strewn with Germán dead'. 'Countless flies swarmed over the corpses. Maggots seethed in open gash wounds. It was revolting, yet I could not take my eyes off a lad who could not have been much more than sixteen years of age; only fluífon his chin. His dead eyes seemingly stared into infinity, his teeth bared in the agony of death. He would not have hesitated to kill me, yet I was saddened.'
El relato de Capa, dentro de la violencia y horror inevitables, resulta más irónico y relativista. Compárense los párrafos siguientes con el anterior de Beevor para tener una idea de los estilos de ambos narradores.
“Me detuve a hablar con uno de los negros. Un obús cayó a unos metros y él sonrió. <>, me dijo.”
O, en el frente napolitano: “... El sargento de mi derecha tiene un corte por metralla en el brazo lo suficientemente largo como para que le den el Corazón Púrpura. El muchacho de mi izquierda no se mueve. No abrirá sus regalos de Navidad.”
En algunos de sus comentarios, ambos se muestran críticos con la jerarquía católica. Así, ironiza Capa que al liberar el Quinto Ejército la ciudad de Nápoles, al general Clark le acompañaba el obispo de esa diócesis que “había estado ensayando durante tres años para esta ocasión, con diversos generales alemanes”.
Beevor, por su parte, cuenta que el obispo de París fue prevenido para no acudir con De Gaulle a Nôtre Dame, a causa de la bienvenida con la que había recibido antes a Pétain o la reciente misa que había ofrecido en honor de Philippe Henriot, el ministro de propaganda de Vichy, ejecutado por la Resistencia.
Coinciden ambos autores en destacar el papel de los combatientes españoles en lal Resistencia y en cómo los primeros tanques que entraron en París llevaban el nombre de las batallas de la guerra civil española: Guadalajara, Madrid, Brunete. No hay que olvidar que la compañera sentimental de Capa, Gerda (Taro) Pohorylle, murió en Brunete atropellada accidentalmente por un tanque republicano.
En suma, dos libros importantes para comprender aquellos sucesos tan transcendentales.
JGM