2010-03-26

Justicia injusta, ¿o corrupta?


Suerte que la figura penal del desacato haya desaparecido y podamos parafrasear, corrigiendo, a aquel castizo alcalde jerezano: La Justicia, no, no es un cachondeo, es algo "peoroliente".

Recordando a Anton Chejov, podíamos preguntarnos si “No hay un solo hombre honrado en la [Justicia]”. Pero sí, parece que hay al menos uno, el vocal del CGPJ Gómez Benítez, que asqueado del “pasteleo” entre los principales grupos para eligir a los altos cargos dimitió como uno de los responsables de los nombramientos a esos puestos. Porque el problema no es sólo que haya algunos jueces tan negativamente notorios, sino, como diría Thoreau, que el resto de ese cuerpo calle, otorgando tácitamente ante tanto desvarío.

Cómo puede suceder que la jueza protagonista del ridículo episodio del ácido bórico pueda juzgar la honorabilidad de Garzón. Y que decir del ultrarreaccionario juez Prego.

Pero el caso es que esta vergüenza se extiende por todo el territorio nacional. Ya era notorio el amiguismo del fiscal jefe de Baleares con el, ahora por fin encausado, ex presidente Matas. Recordemos cómo pasan de arriba al fondo los sumarios del también encausado déspota de Castellón. Y aunque ya no esté en las primeras planas no se debe olvidar el asunto del juez valenciano De La Rúa, porque si un adulto dice de otro que es su “más que amigo”, y el lenguaje no engaña, no cabe sino entender que su relación trasciende emocionalmente la amistad o que son “socios”, es decir compinches de algún negocio opaco, aunque, claro está, pudiera significar alguna otra cosa que ahora no se nos ocurre.

Se vaciarían las cárceles si el hurto, el robo, el desfalco, la estafa, la malversación o cualquier apropiación indebida de bienes pudieran calificarse como “impropios”.

Pero vayamos a la cabeza de este órgano:

¿Es el juez Dívar, un magistrado digno de su alto cargo? Veamos.

Suponemos que este juez no habrá olvidado lo que le enseñaran ya en el primer curso de carrera: que la Justicia ha de primar sobre las convicciones personales de sus administradores y que las leyes que emanan del Parlamento, es decir, de la soberanía popular, tiene que respetarlas le gusten o no.

Pero no, este magistrado no tiene reparos en sostener que sus convicciones, sus supersticiones religiosas, primen sobre todo eso.

Ya mostró en el acto de toma de posesión su talante cuando fue incapaz de reprender a uno de sus acólitos cuando dijera éste “¡Ahora eres el jefe!, sentencia que muchos entendimos como que ahora la Justicia ahora era “suya”, o sea su finca privada. ¿Acaso no sería más noble que este señor dimitiera de su cargo por el bien de la Justicia y asegurase, a la vez, su salvación eterna?

Qué terror sienten todos esos ”dinosaurios” ante los intentos de los catalanes o peor aún de aquel plan “Ibarretxe” de tener una Justicia más acorde a su cultura, sus tradiciones o su desarrollo político-social y no el “café para todos “ que propugnaba el anterior mandamás del CGPJ.

Porque, vamos a ver, en esas dos comunidades, donde los partidos neofranquistas son minoritarios, difícil sería que se colaran los viejos magistrados que juraron fidelidad a Franco y a sus testaferros, y aún no han abjurado públicamente de ello. Podría, quizá, significar el comienzo del regeneracionismo de la Institución.

¿Para cuáando tienen pensado los señores parlamentarios promover una ley que ayude a rejuvenecer la acción de la Justicia?

¡Ay! Si Le Baron de La Brède levantara la cabeza.

JGM

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