2012-03-28

¡Cómo reirían juntos Tomás Moro y Javier Krahe!

En los vestigios culturales de la humanidad se encuentran ya distintos modos religiosos. Quizás hayan sido la dureza de la vida y la inevitabilidad de la muerte los que hayan propiciado que en toda sociedad humana hayan aparecido siempre algunos sujetos avispados que se aprovecharan de esos avatares y de ese fin irremediable.

El caso es que una vez conseguido su cargo, todas esas castas sacerdotales se han procurado bien la permanencia en él; generalmente buscando los apoyos suficientes para defenderlos violentamente. Por un lado, consideramos que la historia de las religiones es una historia de su violencia: un dios que hace que el pobre Abraham lleve a su hijo a una barbacoa, y no precisamente como invitado. Y siguiendo con esa afición a quemar a la gente viva, la Iglesia romana acabó así con Giordano Bruno. Otra Iglesia cristiana, la calvinista, lo hizo con Miguel Servet. Al largo de la historia, las guerras de religión han sido causa primordial de odio, destrucción y muerte entre los ciudadanos de Europa.

Por esos tiempos, en Mesoamérica, a miles de kilómetros de distancia, los mexicas se sacaban el corazón para comérselo los unos a los otros; todo bajo el ojo avizor del sacerdote de turno, y para calmar a un dios de piedra caliza.

Aparte de este recordatorio, la cosa va hoy por vericuetos menos violentos. El asunto principal es hablar de los aspectos más ridículos de todas esas prácticas. De los egipcios que sacralizaban a los gatos o a los escarabajos. Los africanos, los cubanos o los gallegos que divinizaban a los árboles. Los que adoran al sol, a la luna, a Marte, o las montañas. Los que se comen estampitas de alguna virgen, los que portan relicarios con un trozo de hueso de pato dentro. De los que se rodean los muslos con alambre de espinas (dejo la idea para algún escritor de relatos sadoeróticos). De los que recorren de rodillas algunos kilómetros para acercarse a un templo expiatorio. De los que convierten cualquier comestible vegetal en carne humana...

Trataremos de no extendernos en todos esos dogmas que repugnan a la inteligencia y a la razón humana; de los misterios que promueven la hilaridad; de los milagros que no intentarían acometer los más reputados magos y genios del escapismo. En fin, de toda esa tamaturgia, más propia del conde di Cagliostro que de gentes que viven tres siglos después.

Pero bueno, como la cosa va de broma, voy a añadir las declaraciones recientes de dos clérigos. Dos altos dignatarios de la curia romana, que revestidos de pontifical, y sonriente el primero, y celebrando su gansada a carcajadas el segundo, decían:



“Si la mujer aborta, el varón puede abusar de

ella” (Arzobispo de Granada)



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“El sida es un acto de justicia” (Arzobispo de Bruselas)

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Pero volvamos a nuestro titular. A instancias de una organización ultracatólica, reaccionaria y troglodítica, un juzgado, aparentemente amparado por el Artículo 521.1 del Código Penal vigente [he intentado buscar ese artículo en Internet pero no aparece, no sé si fue un alucine de alguien en el juzgado] ha admitido una querella por ofensas a los sentimientos religiosos contra el cantautor Javier Krahe. Han pedido al cantautor una fianza de 192.000 euros –supongo que muy superior a la que pidieran para los chorizos de los trajes de Valencia, en caso de que les hubieran pedido alguna.

Los hechos: parece que en 1977, bajo la euforia de la muerte del "Cruzado de Europa", Krahe decidió celebrar ese deceso haciéndose un estofado con un crucifijo –hay gente que come de todo. Pero bueno, si el cuerpo de Cristo se puede tomar en forma de pan y de vino, porque no hacerlo bajo su representación más genuina: el crucifijo.

La organización ultra que ha presentado la denuncia alega burla a los sentimientos religiosos, y me pregunto ¿acaso no se están burlando desde tiempo inmemorial todas esas religiones de la credulidad, la buena fe e, incluso, del temor a su poder temporal sobre todos nosotros?

Se trata de la organización Tomás Moro, dedicada a cruzadas “cristianizadoras”. Una organización ultra, que busca aliados en otras organizaciones de igual pelaje, como el pseudosindicato “Manos limpias”. Si inadecuado es el nombre de la primera, al usurpar la grandeza del humanista Thomas More, más grotesco resulta el de la segunda.

Quizá si hubieran conocido la vida y la obra de More no hubieran elegido ese nombre para su organización. Dicen que cuando More subía al cadalso bromeaba con sus verdugos. “Ayudadme a subir, que para bajar lo tengo más fácil” o “ procurad no darme el tajo en barba. Me ha crecido en la prisión”

Aunque nuestra derecha nunca perdió el control de la Justicia, ahora parece reforzarlo. Continúa como juez supremo el pío presidente del TS, que quizá se sintiera más cómodo donde primaran los juicios de dios; e.g., en la otrora llamada Persia. Y que decir del nuevo ministro de Justicia, que ya ha arremetido contra los derechos que las mujeres consiguieron en la Transición

Dicen las blogs e, incluso, su antes bienquerido El País, que Gallardón recurre en su etapa ministerial a lo que los freudianos denominan los “mecanismos del defensa del yo”. En la textualización de Anna Freud: la formación reactiva; la proyección y la transformación en lo contrario. Los no freudianos lo denominamos, simplemente, cinismo.

Parece que el ex alcalde tiene una gran memoria o una gran agenda para todas las ocasiones; así cuando los periodistas le preguntaron sobre los símbolos religiosos, el repipi ministro respondió que “el crucifijo en un centro público es un símbolo de paz”, y apeló a una declaración semejante de Tierno Galván, olvidando el proverbio ruso que dice que "aquello sucedió hace mucho tiempo y que además no es cierto". Diga lo que diga este ministro, el crucifijo es objetivamente un símbolo de la tortura y de la ejecucción cruel e injusta de un supuesto mesías.

N.B. El próximo viernes, 31 de Marzo, a las 21:30, canta Javier Krahe en la sala Galileo Galilei. Pensamos que es un buen momento para dedicarle una sonrisa.


Rectificación a 30 marzo de 2012

Parece ser que pese a lo anunciado, hoy no actúa Javier Krahe en la sala Galileo

Disculpas

J. G. Mardomingo

El cuadro de arriba, de François Dubois, representa la matanza de hugonotes en la noche de San Bartolomé.

El retrato de Thomas More es de Hans Holbein el joven.


2012-03-13

Vuelve Cyrano

Hace pocos días, un reconocido traductor reflexionaba sobre la necesidad de volver cada cierto tiempo a traducir a los clásicos para hacerlos más comprensibles a los lectores actuales. Sus razones se fundaban en las nuevas formas del habla y en los cambios de modos.

La editorial AKAL en su amplia colección de utopías, distopías y ucronías, ha publicado hace unos meses una edición crítica de “EL OTRO MUNDO o los estados e imperios de la luna/ los estados e imperios del sol”, con una introducción brillante, notas eruditas y una esmerada traducción de Ramón Cotarelo.

Cyrano, si no oriundo, probable vecino ocasional de Bergerac (nada que ver con el personaje narizotas de Edmond Rostand-José Ferrer-Gérard Depardieu) fue un filósofo, un escritor sabio, erudito, avanzado en ideas, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, al que la censura de la Iglesia relegó al olvido hasta finales del siglo XIX.

A través de los discursos de sus personajes llegamos a descubrir su talento, tanto en su comprensión de la naturaleza como en la mendacidad de la religión, o en la hipocresía de la sociedad de su tiempo.

Adelantó en dos siglos a su compatriota Jules Verne en sus fantasías científicas, y a pesar de que defendía frente a Descartes la existencia del vacío, expone, entre otras, una teoría divertida sobre el albedo terrestre, la devolución al espacio externo de la energía que la tierra recibe cada día del sol.

Igualmente apreciables son sus juicios sobre la religión católica. Al dar por cierto que el mundo es increado, desaparece para él toda necesidad de un dios. Se considera probable que lo asesinaran los jesuitas.

En sus discursos selenitas critica ferozmente esa manía idiota de las religiones monoteístas de anatematizar el placer sexual:

“¿Por qué cometo un pecado cuando me acaricio la pieza del medio y no cuando me toco la oreja o el talón?... En verdad, cuan contraria a la naturaleza es la religión de vuestro país y cuan celosa del contento de los hombres, me asombra que los curas no consideren un crimen el hecho de rascarse, debido al agradable dolorcillo que se siente…”

La reflexión que suscita en este bloguero la lectura de Cyrano es la de que cómo pudo entonces haber personas más sabias, más cultas, más lúcidas, sinceras y honorables que las de cuatro siglos más tarde: todos lo curas y frailes juntos, los obispos y los arzobispos (incluido el de Canterbury), el Papa, el presidente del Tribunal Supremo o que los ministros de Educación o de Justicia, por poner unos ejemplos.

¿Qué sucede? Quizá que cuando un humano se embute en un uniforme o porta los símbolos del poder. Quizá se transforma, como le sucedía a Peter Parker al ponerse el traje de Spiderman, sólo que al revés: Peter se convertía en un superhéroe y estos altos dignatarios se vuelven más bien indignos. Y es que ya dice el Génesis que Dios mismo diseñó y confeccionó los primeros para el hombre. Sólo Él podía proporcionar la vestimenta adecuada para poder soportar su presencia ante Él (Gén 3:21). Y nuestras sociedades escogen de igual manera los uniformes de sus más altos servidores.

Parece que el epítome de todo esto se pueda resumir dando vuelta al viejo adagio y que sea el hábito el que marque la conducta del monje.

Triste conclusión, porque nos hace temer que dentro de otros cuatro siglos, sigan dirigiendo la sociedad los mismos hábitos.

J. G. Mardomingo