2012-03-13

Vuelve Cyrano

Hace pocos días, un reconocido traductor reflexionaba sobre la necesidad de volver cada cierto tiempo a traducir a los clásicos para hacerlos más comprensibles a los lectores actuales. Sus razones se fundaban en las nuevas formas del habla y en los cambios de modos.

La editorial AKAL en su amplia colección de utopías, distopías y ucronías, ha publicado hace unos meses una edición crítica de “EL OTRO MUNDO o los estados e imperios de la luna/ los estados e imperios del sol”, con una introducción brillante, notas eruditas y una esmerada traducción de Ramón Cotarelo.

Cyrano, si no oriundo, probable vecino ocasional de Bergerac (nada que ver con el personaje narizotas de Edmond Rostand-José Ferrer-Gérard Depardieu) fue un filósofo, un escritor sabio, erudito, avanzado en ideas, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, al que la censura de la Iglesia relegó al olvido hasta finales del siglo XIX.

A través de los discursos de sus personajes llegamos a descubrir su talento, tanto en su comprensión de la naturaleza como en la mendacidad de la religión, o en la hipocresía de la sociedad de su tiempo.

Adelantó en dos siglos a su compatriota Jules Verne en sus fantasías científicas, y a pesar de que defendía frente a Descartes la existencia del vacío, expone, entre otras, una teoría divertida sobre el albedo terrestre, la devolución al espacio externo de la energía que la tierra recibe cada día del sol.

Igualmente apreciables son sus juicios sobre la religión católica. Al dar por cierto que el mundo es increado, desaparece para él toda necesidad de un dios. Se considera probable que lo asesinaran los jesuitas.

En sus discursos selenitas critica ferozmente esa manía idiota de las religiones monoteístas de anatematizar el placer sexual:

“¿Por qué cometo un pecado cuando me acaricio la pieza del medio y no cuando me toco la oreja o el talón?... En verdad, cuan contraria a la naturaleza es la religión de vuestro país y cuan celosa del contento de los hombres, me asombra que los curas no consideren un crimen el hecho de rascarse, debido al agradable dolorcillo que se siente…”

La reflexión que suscita en este bloguero la lectura de Cyrano es la de que cómo pudo entonces haber personas más sabias, más cultas, más lúcidas, sinceras y honorables que las de cuatro siglos más tarde: todos lo curas y frailes juntos, los obispos y los arzobispos (incluido el de Canterbury), el Papa, el presidente del Tribunal Supremo o que los ministros de Educación o de Justicia, por poner unos ejemplos.

¿Qué sucede? Quizá que cuando un humano se embute en un uniforme o porta los símbolos del poder. Quizá se transforma, como le sucedía a Peter Parker al ponerse el traje de Spiderman, sólo que al revés: Peter se convertía en un superhéroe y estos altos dignatarios se vuelven más bien indignos. Y es que ya dice el Génesis que Dios mismo diseñó y confeccionó los primeros para el hombre. Sólo Él podía proporcionar la vestimenta adecuada para poder soportar su presencia ante Él (Gén 3:21). Y nuestras sociedades escogen de igual manera los uniformes de sus más altos servidores.

Parece que el epítome de todo esto se pueda resumir dando vuelta al viejo adagio y que sea el hábito el que marque la conducta del monje.

Triste conclusión, porque nos hace temer que dentro de otros cuatro siglos, sigan dirigiendo la sociedad los mismos hábitos.

J. G. Mardomingo

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