2012-12-31

La Iglesia me santificó el domingo



Uno de los ritos de obligado cumplimiento de este bloguero en las mañanas de domingo es el de salir del cercanías, cruzar Recoletos y leer el periódico dominical en el pabellón de El Espejo, un café de Madrid armonioso y amable. 
Pero ayer, nada más salir del túnel, me sobrecogió el estruendo de un obispo ladrando insensateces a través de una megafonía -seguro que la pagamos todos- que haría palidecer de envidia a Mick Jagger y sus espectros.
No sé que estupidez había reunido a esa gente, pero mi querido pabellón estaba repleto de carricoches y de arrapiezos dando la tabarra entre las mesas. Me senté en una de ellas y al momento apareció un niño con un instrumento ruidoso metiéndomelo en las orejas. Mientras, la madre, rodeada de una amplia camada en la que la diferencia en edad se sus miembros no llegaría  a los doce meses, amamantaba a su último cachorro, que con la cabeza metida debajo del jersey materno, por aquello del pudor curil, se arriesgaba a la asfixia.
Naturalmente salí huyendo de allí, y no precisamente recitando jaculatorias. Al parecer uno de los organizadores de esa mascarada era el Gran Kiko, el que pintó los grotescos monigotes en la nueva catedral de Madrid.

Me consoló, ya en el tren, un amplio artículo de Juan G. Bedoya en El País sobre el desprestigio eclesiástico. Coincidente en el ejemplar aparecen los resultados de una encuesta de evaluación sobre las instituciones y grupos sociales. De entre 37 de esos grupos, la Iglesia ocupa el puesto 27 (54 a 41), es decir, suspende de largo la aprobación de los ciudadanos; pero más llamativa es la puntuación otorgada a los obispos (76 a 16),  o sea, los quintos empezando por una cola cerrada por políticos y banqueros.
El periodista subraya en su artículo las prebendas que el gobierno nacionalcatolicista ha otorgado a esos restos del pleistoceno, cuyo instinto de rapiña les ha llevado a apoderarse de todos los monumentos que pertenecen al pueblo español. Para algo mandan el criptofascista meapilas Gallardón o el neogoebbelsiano Wert.
Pero lo más doloroso de la doble página del periódico es el artículo adjunto –supongo del mismo redactor- en el que describe las prebendas que el Gobierno de Zapatero otorgó a esa jarca. Conocidas son las aficiones curiles de sujetos como Bono o el gallego Vázquez, -finalmente honrado este último con la embajada vaticana-. Pero más llamativa resultaba la que fue vicepresidenta, Fernández de la Vega, que era la romera del Gobierno socialista en el Vaticano. En realidad esta mujer y su cargo fue una de las  incógnitas del gobierno de Zapatero; también fue portavoz del gabinete a pesar de que su capacidad expresiva era como la del rey Jorge VI antes de encontrar al logopeda.
 
Incomprensiblemente, esa gente les elevó en un 40% la parte asignada para ellos en el IRPF, les libró para siempre del compromiso futuro de autofinanciación y les alabó hasta la náusea, ignorando las impertinencias y las tropelías del savonaroliano Rouco o del  torquemadista Camino.

Yo les pediría a aquellos exgobernantes que, ya tan lejos del poder, hicieran EXAMEN DE CONCIENCIA, confesaran SUS PECADOS, sintieran DOLOR DE CORAZÓN, prometieran PROPÓSITO DE ENMIENDA y sufrieran TEMOR DEL PUEBLO VOTANTE.
Amén
 
Julio G. Mardomingo

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