Tras esperar un tiempito a tener un día bueno, decido por fin ir a ver la película rumana “4 meses, 3 semanas y 2 días”.
Ya sabía lo que me esperaba, pero bueno, a medida que avanza la peli te vas diciendo “Venga tío, que es ficción, que este caso nunca sucedió”; todo lo contrario a “Die Fälscher”, la película austriaca que basada en un suceso real de la II G.M ganó el oscar al mejor filme extranjero (creo que la rumana ni siquiera fue nominada).
Se trata de dos películas totalmente distintas, de las cuales, la austriaca tenía todas las papeletas para llevarse el óscar. ¿Por qué?, pues porque es una película más hollywoodense . Nada peyorativo en este adjetivo, se trata también de una buena película, lo que ocurre es que es un tema muy tratado ya por el cine, no sólo el horror de los Lagers, que Spielberg o Polanski han tratado magistralmente, o la narración de un hecho singular dentro de una estrategia bélica que exige la colaboración del adversario (recuérdese el “Puente sobre el río Kwai”), sino de las conductas de los miembros de un grupo encerrados en un medio hostil, en el que sus vidas tienen un valor casi nulo. Un conjunto humano donde el guionista y el director nos ofrecen los conflictos entre convicción y responsabilidad o, como en el caso de un antiguo director bancario,su bonhomía legalista incluso en un infierno como el del campo de Sachsenhausen ,. Conductas amplificadas en los casos de la ambigüedad moral del protagonista Sorowitsh o la del SS-Sturmbannführer Friedrich Herzog, así como en el del joven comunista, mártir doctrinario.
Pese a la importancia del hecho tratado (la falsificación de quid) , pensamos que a esas alturas de la guerra no hubiera significado sino una nuisance para los británicos, que tenían prácticamente ganada la guerra por la fuerza de la razón, por su resistencia espartana, por su asentada democracia, su Imperio y la solidaridad de su aliado americano.
Otra cosa es la rumana. “4 meses, 3 semanas y 2 días” del director Cristian Mingui, una película dura, rodada con austeridad de medios: la falta de banda musical, los largos planos fijos, las elipsis y los diálogos breves ayudan a que el espectador complemente el drama (un simple aborto clandestino). También es breve el reparto de actores: dos actrices principales, otro secundario, aunque necesario, y el cuarto, junto con su familia, sólo sirve para mostrar la miseria moral de la Rumanía de los Ceaucescu, al igual que lo hacen los comparsas en sus apariciones fugaces. Lo más importante es la contraposición de las dos estudiantes, una solidaria y juiciosa, frívola y aprovechada la segunda.
Uno sale del cine con la cabeza llena de ideas. La primera es la reciente persecución de un destacamento de guardias civiles contra un colectivo de mujeres que habían abortado, mancillando su intimidad y sus derechos más elementales (coacciones y falsificación de pruebas). Desconozco las razones que les motivaron a ese atropello, pero me molesta más el silencio social, y eso que tenemos un Gobierno de centro-izquierda. Quizá me equivoque, pero no creo haber visto amplias manifestaciones de los colectivos femeninos (no quiero decir feministas) pidiendo el cese del Director de ese Cuerpo e, incluso, el del ministro de Interior.
La segunda reflexión que me vino a la cabeza es la cruel ingeniera social que en el país rumano encabezó el matrimonio Ceaucescu. Una pareja que de haber vivido en Inglaterra, su sadismo idiota se hubiera reducido a asesinar a unos pocos mendigos y enterrarlos en su jardín.
El colofón de esta reflexión fue recordar el trágico fin de esa siniestra pareja, los Ceaucescu. Condenados en un simulacro de juicio, fueron linchados; la excusa fue la creación de una atmósfera de terror urbano que incluía desenterrar cadáveres y esparcirlos por las calles. En suma, añadir más horror al horror.
No hay comentarios:
Publicar un comentario